EL DESAFÍO DE SER HUMANOS

REFLEXIONES ACERCA DE LA EXPERIENCIA HUMANA, EL DESARROLLO DE NUESTRO POTENCIAL Y EL ARTE DEL BUEN VIVIR

 1. Nuestro mundo emocional

 

La humanidad ha recorrido unos miles de años ya ejercitando la experiencia de vivir en este planeta, sin morir en el intento. Probablemente sea como en cada vida individual, un aprendizaje por ensayo y error.

Nuestra configuración es compleja, y de eso no hay duda.  Basta recordar que aún estudiamos las potencialidades del cerebro humano, la conciencia y la relación que tenemos con el resto del universo. La experiencia humana responde a la multidimensionalidad de la existencia, del fenómeno de la vida que ya conocían muy bien nuestros ancestros más antiguos y que hoy la física cuántica, matemáticas vorticiales y un campo de estudio interesantísimo y creciente al respecto profundiza.

Es un hecho que la razón, o el intelecto han sido sobrevalorados en desmedro de otros aspectos humanos como el cuerpo físico, la intuición, el mundo afectivo y el poder creativo. Uno de los aspectos más relegados de nuestra configuración ha sido nuestro mundo emocional. La estructura patriarcal, con sus intereses específicos y cada vez más evidentes consecuencias catastróficas en toda forma de vida –desde la Tierra planeta madre, pasando por toda forma de vida, incluyendo la humana por cierto- excluyó sistemática y resueltamente nuestra conexión con la naturaleza de la que somos parte, y relegó a categoría de enfermedad cualquier manifestación o expresión animal, mamífera, es decir emocional.

Fluctuando desde mis propias experiencias mamíferas de furia, desesperación o abatimiento; hacia el amor fundamental que me lleva irrevocablemente a miradas más compasivas, y reuniendo toda la investigación de campo en el ámbito de desarrollo del potencial humano que he podido realizar por mi propia cuenta, sostenida por un anhelo felino de autonomía, autenticidad y libertad para mi humanidad y la de todes, es que reflexiono abiertamente y en una genuina invitación a quien quiera sumarse a hacerlo también.

Hemos recibido por unos 5.000 años de existencia un “programa” (entiéndase discursos, narrativas, mandatos, y toda forma de manipulación posible en distintos formatos) que nos dice que está mal sentir algunas cosas y que está bien sentir otras. En términos de emociones, las categorías y juicios morales son evidentes. Se nos ha fomentado y alimentado el miedo y se nos ha reprimido la sexualidad, la rabia y la pena – me atrevería a decir en orden decreciente-. No solo eso, esta represión ha sido acompañada de narrativas antagónicas, que para cualquier humano promedio implican una divergencia psíquica insostenible, con resultados de las más coloridas y diversas deformaciones, desbordes o desvíos de todo tipo. Ejemplos tan cercanos como la pornografía y las desviaciones en torno a la sexualidad que ya no fue posible seguir ocultando; La reducción de la sexualidad al cumplimiento de la función reproductiva; descontroles y desbordes de todo tipo en las relaciones e interacciones  humanas, incluyendo las tiranías, guerras y las peleas en las calles de cualquier ciudad; la patologización de la rabia, la tristeza y el miedo con sinfines de diagnósticos acordados por la comunidad científica de turno, y así muchos otros.

La emoción que me convoca a la reflexión en esta oportunidad es la rabia. Mi motivo es la posibilidad que esta emoción nos brinda para salvarnos del peligro (visible en la experiencia humana primitiva), y para salir de todo lo que transgreda nuestros derechos humanos básicos (visible en casi toda la historia de los intentos de civilización humana).

Cuando hablamos de imponer un modo, usando para ello la persecución, el abuso de poder y la esclavitud; nos acercamos al terreno de lo rabioso irrevocablemente. La persona, o grupo que abusa de su poder, sea este de cualquier tipo ¿está moviéndose desde un instinto o desde una elección consciente?. Todos hemos tenido oportunidad de abusar de nuestro poder. Relativamente, siempre es posible vernos en una u otra cara de la moneda. Frente al niñe, tengo más poder; Frente al jefe, tengo menos poder; frente al padre, tengo menos poder, frente a mis alumnos, tengo poder; frente a mi profesor, menos poder; frente a cualquier ser más vulnerable, tenemos más poder. Y conocemos ambos lados de la moneda si hemos vivido algún tiempo. Entonces vuelvo a la pregunta… ¿Qué nos mueve a abusar del poder?, ¿hay rabia ahí?, ¿hay miedo?

La función biológica del miedo es protegernos, salvarnos del peligro. El miedo activa los reflejos  de ataque o huida (sistema nervioso autónomo, es decir, se activa solo); si considero el abuso de poder como un “ataque”, entonces es el miedo de base que activa la rabia. A la rabia le corresponde la conducta de agresión – biológica y animalmente hablando, claro- y el ataque siempre implica agresión.  Todo esto, solo para reflexionar que la sola IMPOSICIÓN de cualquier algo, implica un abuso, y por tanto un acto agresivo. Desde esa mirada es posible ver el absurdo garrafal de un sistema que IMPONE un programa, un modo que indica cómo SE DEBE vivir la propia vida, y a su vez condena nuestro instinto rabioso (única posibilidad de nuestra configuración humana para defendernos del peligro). Desde ahí los invito a mirar todo lo demás…  Esclavitudes por migajas de comida para el enriquecimiento de facciones, persecuciones y matanzas en nombre de Dios a todo humano que pretendiese salirse del “orden establecido”, quema, degollamiento y demás aberraciones violentas a mujeres que no se sometían al orden establecido, escuela normalizadora que legitima el uso de la violencia para la enseñanza, cruzadas también en nombre de Dios para convertir a “infieles”, dominación, conquista y explotación de pueblos, recursos naturales  –y mujeres- , guerra.  Ejemplos de cómo la violencia ha sido exclusiva, tenemos más de los que quisiéramos. Represión para todo el resto.

 Lo que describo seguro no es ninguna gran revelación, confío que no lo sea. Mucho de esto sigue ocurriendo, esclavitudes disfrazadas hay por montones. La peor, seguir con el viejo programa creyéndonos aún el cuento de que alguien nos diga qué podemos sentir y qué no.

Y este es mi punto, porque me interesa mirar el hoy y aterrizar las reflexiones lo más posible para que nos sirva de algo reflexionar.

Siguiendo con la rabia, una de las emociones peor catalogadas y con más juicio; toda esta represión histórica ha impactado fatalmente en la experiencia humana. Basta mirar las reacciones que literalmente ya explotan frente a los abusos de poder descarados del orden patriarcal, desde el estallido social acá en Chile, y desde hace un tiempo ya en todo el mundo también.

Más actual aún, post pandemia ha habido un enorme revuelo por la “cantidad de violencia en los niños y jóvenes” -por poco tiempo en los noticieros, por cierto-, unas impresiones que atribuyen “el fenómeno” a la pandemia y el encierro; y unos niveles de impacto tremendo frente a este asunto que está pasando con los niños, que hoy llenan a los psicólogos, neurólogos, terapeutas ocupacionales, etc. y que dan trabajo a todo tipo de servicios orientados a la salud mental de la población infanto-juvenil. 

Mi mirada de lo que estamos observando en los niños y jóvenes es que hay un grito humano ahí, un grito genuino, lo visceral es siempre genuino, el cuerpo, lo instintivo no admite intereses egoístas, solo es, explota de tanto ser aplastado, encerrado, acallado. A menos que domestiquemos a cerdos para matadero como ha ocurrido durante tanto tiempo, y que afortunadamente ya no está sirviendo, no podemos continuar excluyendo o negando la existencia de nuestro mundo emocional. Ya no hay modo de huir de esta verdad que se nos escapa por donde más nos duele, la niñez  – la niñez, si es que el programa no ha arrasado con la totalidad de nuestra humanidad, nos duele-.  Si recordamos nuestra propia niñez sin negaciones o eufemismos o justificaciones que normalizan o perpetúan el desamor, nos duele. Porque venimos todes de una misma historia, y quien diga que no hay dolor en su historia, probablemente es porque el dolor –o el miedo- fue tanto, que prefirió no volver a acercarse.

Necesitamos aceptar nuestra parte animal, necesitamos información para poder conocer nuestra configuración huma. Tenemos una parte animal, una parte tierra; mundana, densa; y una parte sutil, una parte cielo, divinidad. Somos un mundo de complejidad que no sabemos bien como funciona, que hemos experimentado probando por ensayo y error, y también hemos sido manipulados por facciones a quienes el bien común, la fraternidad y la igualdad no interesa, facciones que temen la libertad, propia y ajena.

Entonces, para partir podemos aceptar que, dado el principio de polaridad que observamos en el fenómeno de la vida, si venimos de un polo de represión de la rabia –siguiendo con el ejemplo-, lo esperable, lo natural es que transitemos hacia el otro polo, el desborde. De la represión al desborde, actualmente estamos presenciando y experimentando el desborde, cada vez más. ¿Qué vamos a hacer? El camino de la represión ya lo conocemos, no podemos volver ahí, nos llevaría a vivir eternamente en una de estas polaridades. Lo que nos queda es atrevernos a experimentar el desborde, a mirarlo de frente, a oír el rugido, a dejar de temerle. Porque si hay algo tan furioso en nuestro interior, o conectamos con esa frecuencia, es porque hay razón para ello, aunque no lo comprendamos del todo. Seguir demonizando o etiquetando de “trastorno” a nuestra parte animal (que además en la niñez es la que prima); mientras vivimos con la guerra de turno, es seguir sin hacernos cargo… es seguir sin atrevernos a mirar nuestra humanidad que sigue en proceso de aprendizaje. 

¿Cómo podemos aprender a usar algo que no conocemos? Nos exigimos y les exigimos a los niños autodominio, autocontrol de algo que ni siquiera conocemos bien,  mientras hacemos la guerra por otro lado. Para aprender a “dominar” un instrumento, para hacernos maestros de flauta o piano ¿ cuánto demoramos ?. Hay un arte implicado en el saber vivir, hay un arte en el autoconocimiento y en el autodominio de las pasiones, de nuestro instinto animal.

Estoy cierta en nuestra posibilidad de trascender todo aquello que nos daña o nos limita, y así también estoy cierta acerca de que para trascenderlo, es necesario integrarlo, incluirlo. Aceptar nuestra humanidad, implica incluir todo lo que somos, todas nuestras partes por más miedo que nos cause. Miedo, odio, ira, rencor, dolor, venganza, amargura, pena, alegría, amor erótico, amor fraterno, amor infinito. Solo desde el amor que está en nuestra naturaleza original es que podemos atrevemos a sentir y experimentar sin juicio toda experiencia humana y desde ese lugar distinguir y aprender. Ya no desbordarnos ni reprimir, sino alcanzar ese camino medio donde podemos observar-nos sin juicio, conocernos y aprender a usar lo que nos constituye según para lo que sirva. Entonces si alguien me transgrede o abusa, uso la rabia; si muere mi madre, la tristeza me permite llorar su ausencia; si hay un niñe perdido cerca de mí, el amor fraterno me impulsa a ayudarle a encontrar a su madre, si me reúno con almas afines, la alegría me permite celebrar y experimentar el gozo y así…

Así podemos ir conociendo y practicando el arte del buen vivir en el que aún somos neófitos, y quizás eternos aprendices.

 

Margarita Arredondo Ríos

 

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