La ira es como un bebé que berrea, sufre y, llora. El bebé necesita que
su madre lo abrace. Tú eres la madre del bebé, de la ira que surge en ti. En el
momento que empieces a practicar el inspirar y espirar de manera consciente,
tendrás la energía de una madre y podrás acunar y abrazar a tu bebé. Limítate
a abrazar la ira que sientes, inspirando y espirando; no necesitas hacer nada
más. Y el bebé se sentirá mejor en el acto.
Todas las plantas se alimentan del sol. Todas son sensibles a él.
Cualquier vegetación que sea abrazada por el sol experimentará una
transformación.
De madrugada las flores aún no se han abierto, pero cuando al
amanecer sale el sol, las abraza e intenta penetrar en ellas. La luz del sol está
formada por partículas diminutas, por fotones. Los fotones van penetrando
poco a poco en la flor uno tras otro hasta llenarla de ellos. En ese momento la
flor no puede resistir más y ha de abrirse a la luz del sol.
Del mismo modo, todas las formaciones tanto mentales corno
fisiológicas que hay en nosotros son sensibles a la energía de ser conscientes.
Si la plena conciencia está ahí, abrazando tu cuerpo, éste se transformará. Si la
plena conciencia está ahí, abrazando tu ira o tu desesperanza, éstas también
se transformarán. Según el Buda y según nuestra experiencia, cualquier cosa
que sea abrazada por la energía de la plena conciencia experimentará una
transformación.
La ira que hay en ti es corno una flor. Al principio quizá no comprendas
su naturaleza, o por qué ha surgido. Pero si sabes abrazarla con la energía de
ser consciente, empezará a abrirse. Para generar la energía de la plena
conciencia y abrazar la ira que sientes puedes permanecer sentado, siguiendo
tu respiración, o practicar la meditación caminando. Al cabo de diez o veinte
minutos tu ira se habrá abierto ante ti y verás de pronto su verdadera
naturaleza. Quizá haya surgido a causa de alguna percepción errónea o por
falta de habilidad.
Cocinar la ira
Para que la flor de la ira se abra, necesitas alimentar la plena conciencia
en ti durante cierto tiempo. Es como cuando cocinas patatas: -las introduces en
la olla, la tapas y enciendes el fogón. Pero por muy potente que sea la llama, si
apagas el fuego al cabo de cinco minutos, las patatas no se habrán cocido.
Para que se cocinen bien, el fuego ha de estar encendido al menos durante
quince o veinte minutos. Y después, levantas la tapa y hueles el maravilloso
aroma de las patatas cocidas.
La ira que hay en ti es como las patatas, ha de cocinarse. Al principio
está cruda y, como bien sabes, las patatas crudas no se pueden comer. Es
difícil poder disfrutar de tu ira, pero si sabes cómo cuidar de ella y cocinarla, la
energía negativa de la ira se convertirá en la energía positiva de la
comprensión y la compasión.
Tú puedes hacerla. No es algo que sólo un Gran Ser pueda realizar, sino
que tú también puedes conseguirlo.
Puedes transformar la basura de tu ira en la flor de la compasión.
Muchos de nosotros podemos hacerla en tan sólo quince minutos. El secreto
radica en seguir practicando el respirar de manera consciente, el andar de
manera consciente, y generar la energía de ser consciente para abrazar tu ira.
Abrázala con mucha ternura. La ira no es tu enemiga, sino tu bebé. Es
como el estómago o los pulmones.
Cada vez que tienes algún problema en los pulmones o en el estómago,
no piensas en desprenderte de ellos. Lo mismo ocurre con la ira. La aceptas
porque sabes que debes cuidar de ella, transformarla en energía positiva.
Convertir la basura en flores
El jardinero ecológico no arroja la basura porque sabe que la necesita.
Puede transformar la basura en abono orgánico, para que éste a su vez se
vuelva a transformar en lechugas, pepinos, rábanos y flores. En tu condición de
practicante, tú eres una especie de jardinero, de jardinero ecológico.
Tanto la ira como el amor tienen una naturaleza orgánica, lo cual
significa que ambos pueden cambiar. El amor puede transformarse en odio. Tú
ya lo sabes muy bien.
Muchos de nosotros empezamos una relación sintiendo un gran amor,
un amor muy intenso, tan intenso que creemos que sin nuestra pareja no
podemos vivir. Sin embargo, si no ponemos en práctica el ser conscientes, al
cabo de uno o dos años nuestro amor acaba transformándose en odio.
Y entonces, al estar con nuestra pareja, tenemos el sentimiento opuesto,
nos sentimos fatal. Nos resulta imposible seguir viviendo juntos, así que el
divorcio es la única alternativa que nos queda; nuestra flor se ha convertido en
basura. Pero con la energía de la plena conciencia, puedes observar la basura y
decir: «No tengo miedo. Soy capaz de volver a transformar la basura en amor».
Si ves que en ti hay elementos de basura, como el miedo, la
desesperanza o el odio, no te dejes llevar por el pánico. Como buen jardinero
ecológico, como buen practicante, puedes afrontarlo: «Reconozco que en mí
hay basura. Voy a transformar esta basura en un nutritivo abono orgánico para
que el amor vuelva a aparecer».
Quienes confían en la práctica no piensan en huir corriendo de una
relación difícil. Cuando conoces las técnicas de respirar, caminar, sentarte y
comer de manera consciente, puedes generar la energía de ser consciente y
abrazar la ira o la desesperanza cuando surjan. Por el mero hecho de
abrazarlas ya te sentirás mejor, y mientras sigues abrazándolas, puedes
practicar el observar a fondo su naturaleza.
La práctica tiene dos etapas. La primera es la de abrazar y reconocer:
«Querida ira, sé que estás ahí. Me estoy ocupando muy bien de ti». Y la
segunda es observar a fondo la naturaleza de la ira para averiguar cómo ha
surgido.
Cuidando de tu bebé, la ira
Has de ser como una madre que está atenta por si su bebé llora. Si una
madre está trabajando en la cocina y oye que su bebé llora, deja lo que está
haciendo y va a tranquilizarlo.
Quizá estuviera cocinando una sopa muy rica; la sopa es importante,
pero lo es mucho menos que el sufrimiento de su bebé. Ella deja de cocinar la
sopa y se dirige a la habitación de su hijo. Cuando entra en ésta es como si
hubiera llegado el sol porque la madre está llena de calidez, interés y ternura.
Lo primero que hace es coger en brazos al bebé y abrazarlo tiernamente.
Cuando la madre lo abraza, su energía penetra en él y lo tranquiliza. Eso es
exactamente lo que tienes que aprender a hacer cuando la ira empiece a
surgir. Debes dejar cualquier cosa que estés haciendo, porque la tarea más
importante es volver a ti mismo y ocuparte de tu bebé, tu ira. Nada es más
urgente que cuidar muy bien de tu bebé.
¿Te acuerdas que cuando eras pequeño y tenías fiebre aunque te dieran
una aspirina o alguna otra medicina no te sentías mejor hasta que tu madre
venía y te ponía la mano sobre la ardorosa frente? ¡Qué agradable era! Su mano
era como la de una diosa. Cuando te tocaba con ella, entraba en tu cuerpo una oleada de frescor, amor y compasión. La mano de tu madre es tu propia mano.
Su mano sigue viviendo en la tuya si tú sabes cómo inspirar y espirar, y ser
consciente. De ser así, cuando te toques la frente con tu propia mano, sentirás
que la mano de tu madre sigue ahí, tocando tu frente. Gozarás de la misma
energía de amor y ternura.
La madre sostiene atentamente a su bebé, concentrándose totalmente
en él.
El bebé se siente mucho mejor porque su madre lo sostiene con ternura,
es como una flor abrazada por el sol. Ella sostiene a su hijo no sólo para
abrazarlo, sino para averiguar qué le ocurre. Como es una verdadera madre y
tiene mucho talento, descubre enseguida qué le pasa a su hijo. Es una
especialista en bebés.
Como practicantes, hemos de ser especialistas en la ira.
Hemos de ocupamos de ella, practicar hasta que entendamos las raíces
de nuestra ira y cómo funciona.
Sosteniendo a tu bebé
Sosteniendo atentamente a su bebé, la madre descubre rápidamente la
causa de su sufrimiento, y entonces le es muy fácil corregir la situación. Si el
bebé tiene fiebre, le dará una medicina para que desaparezca. Si tiene hambre,
lo alimentará con leche calentita. Si el pañal está demasiado apretado, se lo
aflojará.
Como practicantes, hemos de hacer exactamente esto. Sostendremos al
bebé de nuestra ira con tanta atención que nos sentiremos mejor. Después
haremos la práctica de respirar y caminar de manera consciente, como si
estuviéramos cantando una nana al bebé de nuestra ira. Y entonces la energía
de la plena conciencia penetrará en la energía de la ira, exactamente de la
misma forma que la energía de la madre penetra en la del bebé. No hay
ninguna diferencia. Si sabes hacer la práctica de la respiración consciente, de
sonreír y de meditar caminando, seguro que te sentirás mejor al cabo de cinco,
diez o quince minutos.
Descubre la verdadera naturaleza de tu ira
En el momento que te enojas, tiendes a creer que tu desdicha la ha
creado otra persona, y la culpas de tu sufrimiento. Pero al observarlo más a
fondo, quizá descubras que el principal causante de tu sufrimiento es la
semilla de la ira que hay en ti. Muchas otras personas, al afrontar la misma
situación, no se enojarán como tú. Oyen las mismas palabras, ven la misma
situación y, sin embargo, son capaces de mantenerse tranquilas y no se dejan
llevar por las emociones.
¿Por qué te enojas tú con tanta facilidad? Quizá te ocurre porque la
semilla de la ira que hay en ti es demasiado fuerte. Y como no has practicado
los métodos para cuidar de tu ira, en el pasado la semilla de la ira se ha regado
con demasiada frecuencia.
Todos tenemos una semilla de la ira en el fondo de nuestra conciencia.
Pero en algunos de nosotros, esa semilla es más grande que otras semillas,
como las del amor o la compasión. La semilla de la ira puede ser más grande
porque en el pasado no hemos practicado. Cuando empezamos a cultivar la
energía de ser conscientes, la primera percepción que tenemos es que la
principal causa de nuestro sufrimiento, de nuestra desdicha, no es otra
persona, sino la semilla de la ira que hay en nosotros, y dejamos entonces de
culpar a los demás de nuestro sufrimiento.
Comprendemos que esa persona es sólo una causa secundaria.
Cuando tienes esta clase de percepción te sientes mucho mejor. Pero la
otra persona puede seguir viviendo en un infierno porque no sabe cómo
practicar. Una vez te has ocupado de tu ira, ves que esa persona aún está
sufriendo, así que ahora puedes centrar tu atención en ella.
Ayudar en vez de castigar
Cuando alguien no sabe cómo manejar su propio sufrimiento, deja que
se extienda a la gente de su alrededor. Cuando tú sufres, haces sufrir a la
gente que te rodea. Es algo muy natural. Por eso hemos de aprender a manejar
nuestro sufrimiento, para que no lo vayamos repartiendo por ahí.
Cuando eres el cabeza de familia, por ejemplo, sabes que el bienestar
de los miembros de tu familia es muy importante. Como tienes compasión, no
dejas que tu sufrimiento haga daño a los que te rodean. Practicas el aprender a
manejar tu sufrimiento porque sabes que no es una cuestión individual, y que
tu felicidad tampoco lo es.
Cuando alguien está enojado y no sabe cómo manejar su ira, se siente
impotente, sufre. Y también hace sufrir a los que le rodean. Al principio sientes
que la persona que te enoja se merece un castigo. Deseas castigarla porque te
ha hecho sufrir.
Pero después de diez o quince minutos de meditar caminando y de
observar de manera consciente, descubres que en vez de castigo lo que
necesita es ayuda. Y ésa es una buena percepción.
Esa persona puede ser muy cercana a ti, quizá tu esposa o tu marido. Si
tú no la ayudas, ¿Quién va a hacerlo?
Como sabes abrazar tu ira, ahora te sientes mucho mejor, pero ves que
la otra persona sigue sufriendo. Esta percepción te mueve a acercarte a ella de
nuevo. Nadie más puede ayudarla, excepto tú. Ahora sientes un gran deseo de
volver y ayudarla. Es una actitud totalmente distinta a la que antes tenías, ya
no deseas castigarla. Tú ira se ha transformado en compasión.
La práctica de ser consciente conduce a la concentración y a la
percepción interior. La percepción es el fruto de la práctica, y puede ayudarnos
a perdonar y a amar a los demás. Practicar durante quince minutos o media
hora el ser consciente, el concentrarte y el observar las percepciones interiores
puede liberarte de tu ira y convertirte en una persona afectuosa. Ésa es la
fuerza del Dharma, el milagro del Dharma.
Cómo detener el ciclo de la ira
Había un chico de doce años que venía a Plum Village cada verano para
practicar con otros jóvenes.
Tenía un problema con su padre, porque cada vez que cometía un error
o se caía y se lastimaba, su padre en vez de ayudarle, le gritaba y le insultaba
diciendo: « ¡Qué estúpido eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?». Le gritaba
sólo porque se había caído y se había hecho daño. Así que para él su
progenitor no era una persona afectuosa ni un buen padre. Se prometió que al
crecer, casarse y tener hijos, nunca los trataría de ese modo. Si mientras
estaba jugando su hijo se caía y se lastimaba sangrando un poco, en vez de
gritarle le abrazaría e intentaría ayudarle.
El segundo año que estuvo en Plum Village vino con su hermana
pequeña. Mientras su hermanita jugaba con otras niñas en la hamaca, de
pronto se cayó al suelo. Se golpeó la cabeza con una roca y su cara empezó a
cubrirse con hilillos de sangre. De repente aquel chico sintió que la energía de
la ira estaba surgiendo en él. Estuvo a punto de gritar a su hermana: « ¡Qué
estúpida eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?». Estuvo a punto de hacer lo
mismo que su padre había hecho con él. Pero como había practicado en Plum
Village durante dos veranos, pudo contenerse. En lugar de gritarle, se puso a
practicar el caminar y el respirar de manera consciente mientras los demás
ayudaban a su hermana. En sólo cinco minutos experimentó un momento de
iluminación. Vio que su reacción, su ira, era una especie de energía habitual
que su padre le había transmitido. Se había vuelto exactamente como su
padre, era la continuación de él.
No quería tratar a su hermana del mismo modo, pero la energía que le
había transmitido su padre era tan fuerte que estuvo a punto de actuar igual
que éste se había comportado con él.
Para un chico de sólo doce años, es un buen despertar.
Siguió haciendo la práctica de caminar y de pronto sintió un intenso
deseo de practicar para transformar esa energía habitual, para no transmitirla
a sus hijos. Sabía que sólo la práctica de ser consciente le ayudaría a detener
ese ciclo de sufrimiento.
El chico vio además que su padre era también víctima de la transmisión
de la ira. Probablemente no quería tratarle de aquel modo, pero lo había hecho
porque la energía habitual que había en él era demasiado fuerte. En el
momento que tuvo esa percepción, que su padre también era víctima de la
transmisión, toda la ira que sentía hacia él desapareció. Algunos minutos más
tarde tuvo de repente el deseo de volver a casa e invitar a su padre a practicar
con él. Para ser sólo un chico de doce años, tuvo una comprensión muy
profunda.
Un buen jardinero
Cuando entiendes el sufrimiento de otra persona, puedes transformar tu
deseo de castigarla, y entonces sólo deseas ayudarla. En ese momento sabes
que tu práctica ha tenido éxito. Eres un buen jardinero.
Dentro de cada uno de nosotros hay un jardín, y cada practicante debe
volver a él y cuidarlo. Quizá en el pasado no te hayas ocupado de él. Debes
saber exactamente qué es lo que ocurre en tu propio jardín e intentar ponerlo
en orden. Recupera su belleza y armonía. Si está bien cuidado, mucha gente
disfrutará de él.
Ocupándote de ti mismo, ocupándote de los demás
Cuando éramos niños nuestro padre y nuestra madre nos enseñaron a
respirar, a andar, a sentarnos, a comer y a hablar. Pero cuando empezamos a
practicar, volvemos a nacer como seres espirituales. Hemos de aprender a
respirar de nuevo, con plena conciencia.
Aprendemos a andar de nuevo, con plena conciencia. Deseamos
aprender a escuchar de nuevo, siendo conscientes de ello y con compasión.
Deseamos aprender de nuevo a hablar, con el lenguaje del amor, para honrar
nuestro compromiso original:
«Cariño, estoy sufriendo. Estoy enojado. Deseo que lo sepas ». Esto
expresa que eres fiel a tu compromiso. «Cariño, estoy haciendo todo lo que
puedo. Estoy cuidando muy bien de mi ira. Por mí y también por ti. No quiero
estallar, destruirme a mí mismo ni destruirte a ti. Estoy haciendo todo lo
posible. Estoy poniendo en práctica lo que he aprendido de mi maestro, de mi
sangha».
Esta fidelidad con tu compromiso inspirará respeto y confianza en la
otra persona. Y, por último: «Cariño, necesito tu ayuda». Es una frase muy
fuerte porque normalmente cuando estás enojado tiendes a decir: «No te
necesito».
Si puedes decir estas tres frases con sinceridad, de corazón, tendrá
lugar una transformación en la otra persona.
No puedes dudar del efecto de esta práctica. Además tu conducta
influirá en la otra persona para que también empiece a practicar. Ella pensará:
«Me es fiel. Está cumpliendo su compromiso. Está haciendo todo 10 que
puede. Yo debo hacer 10 mismo».
Así que al cuidar de ti mismo, estás cuidando de tu ser querido. Amarte
a ti mismo es la base para tu capacidad de amar a otra persona. Si no cuidas
de ti, si no eres feliz, si no estás tranquilo, no podrás hacer feliz a otra
persona. No podrás ayudarla, ni amarla. Tu capacidad de amar a otra persona
depende por completo de tu capacidad de amarte a ti mismo, de cuidar de ti.
Curando al niño herido que hay en tu interior
Muchos de nosotros tenemos aún un niño herido viviendo en nuestro
interior. Quizá las heridas nos las hayan producido nuestro padre o nuestra
madre. O tal vez a nuestro padre le hirieran de niño. A nuestra madre también
pueden haberla herido cuando era niña.
Como no supieron curar las heridas de su infancia, nos las han
transmitido. Si nosotros no sabemos transformar y curar las heridas que hay
en nosotros, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos. Por eso hemos de
volver al niño herido que hay en nosotros y ayudarle a curarse.
A veces el niño herido que hay en nosotros necesita nuestra atención.
Ese niño pequeño puede aflorar de las profundidades de nuestra conciencia y
pedir nuestra atención. Si eres consciente, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese
momento, en lugar de contemplar un bello amanecer, vuelve a ti mismo y
abraza tiernamente al niño herido que hay en ti. «Inspirando, vuelvo con el
niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido.»
Para cuidar de nosotros mismos, debemos volver y cuidar del niño
herido que hay en nuestro interior. Has de practicar cada día el volver a tu niño
herido. Debes abrazarlo tiernamente, como si fueras un hermano o una
hermana mayor. Has de hablarle. Y también puedes escribir una carta al niño
pequeño que hay en ti, de dos o tres páginas, para decir que reconoces su
presencia y que harás todo lo posible para curar sus heridas.
Cuando hablamos de escuchar con compasión, normalmente creemos
que se refiere a escuchar a otra persona. Pero también debemos escuchar al
niño herido que hay en nuestro interior. Está en nosotros aquí, en el momento
presente. Y podemos curarlo ahora mismo.
«Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por
favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí,
escuchándote de veras.» Y si sabes volver a él, escucharle cada día durante
cinco o diez minutos, la curación tendrá lugar. Cuando subas una bella
montaña invita al niño que hay dentro de ti a subir contigo. Cuando
contemples una hermosa puesta de sol, invítale a disfrutarla contigo.
Si lo haces durante algunas semanas o meses, el niño herido que hay en
ti se curará. La plena conciencia es la energía que puede ayudarnos a hacerlo.
Cómo convertimos en personas libres
Un minuto de práctica es un minuto generando la energía de ser
consciente. No viene de fuera de ti, sino de dentro. La energía de la plena
conciencia es la energía que nos ayuda a estar aquí, a estar plenamente
presentes aquí y ahora. Cuando bebes té siendo consciente de ello, tu cuerpo y
tu mente están en perfecta unión. Tú eres real, y el té que bebes también se
vuelve real. Cuando estás sentado en una cafetería ambientada con una fuerte
música de fondo y tienes un montón de proyectos en tu cabeza, no estás
realmente bebiendo el café o el té que has pedido, sino tus proyectos y
preocupaciones. Tú no eres real, ni el café tampoco. El té o el café que estás
tomando sólo pueden revelarse como una realidad cuando vuelves a ti mismo y
estás realmente presente, libre del pasado, del futuro y de todas tus
preocupaciones.
Cuando tú eres real, el té también se vuelve real, y el encuentro entre tú
y el té también lo es. Beber de veras té consiste en eso.
Puedes organizar una meditación del té para que tus amigos tengan la
oportunidad de practicar el estar realmente presentes para disfrutar de una
taza de té y de la presencia de cada uno. La meditación del té constituye una
práctica. Es una práctica para ayudarnos a ser libres. Si aún estás atado al
pasado y éste te persigue, si temes aún el futuro, si te dejas arrastrar por tus
proyectos, tu miedo, tu ansiedad y tu ira, no eres una persona libre. No estás
plenamente presente aquí y ahora, de modo que no gozas realmente de la
vida. Ni tampoco del té, de otra persona, del cielo azul ni de la flor.
Para estar de veras vivo, para sentir la vida profundamente, debes ser
una persona libre. Cultivar el ser consciente puede ayudarte a ser libre.
La energía de la plena conciencia es la energía de estar presente, con el
cuerpo y la mente unidos. Cuando practicas el respirar o caminar
conscientemente, te liberas del pasado, del futuro y de tus proyectos, y te
vuelves totalmente vivo y presente de nuevo. La libertad es la condición básica
para poder sentir la vida, para percibir el cielo azul, los árboles, los pájaros, el
té y a la otra persona. Por eso la práctica de ser consciente es tan importante.
Sin embargo, para poder hacerla no necesitas entrenarte durante muchos
meses, sino que una hora de práctica puede ya ayudarte a ser más consciente.
Ejercítate a beber el té siendo consciente de ello, para ser una persona
libre mientras lo bebes. Ejercítate para ser una persona libre mientras preparas
el desayuno. Cualquier momento del día te brinda la oportunidad de ejercitarte
a ser consciente y generar esta energía.
«Cariño, sé que estás ahí y soy muy feliz»
Si eres consciente puedes reconocer aquello que está ahí en el momento
presente, incluyendo a la persona a la que amas. Si puedes decir a la persona
amada: «Cariño, sé que estás ahí, y soy muy feliz», eso demuestra que eres
una persona libre. Demuestra que eres consciente, que tienes la capacidad de
valorar, de apreciar lo que está ocurriendo en el momento presente. Lo que
está ocurriendo en el momento presente es la vida misma. Tú sigues estando
vivo y la persona a la que amas también está ahí, viva, frente a ti.
Es muy importante que cultives en ti una plena conciencia. Abrazas a la
otra persona con esa energía. La observas con afecto y dices: «Cariño, es
maravilloso que estés aquí y con vida. Me hace realmente feliz».
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No sólo tú eres feliz, sino que la otra persona también lo es, porque la
has abrazado con tu plena conciencia. Cuando sabes estar con ella de ese
modo, tenéis muchas menos probabilidades de enojaros.
Todo el mundo puede hacerlo, y no tienes que practicarlo durante ocho
meses para lograrlo. Sólo necesitas respirar o caminar de manera consciente
durante uno o dos minutos para volver a estar aquí y ahora, para volver a estar
vivo. Después te acercas a la otra persona, la miras a los ojos, le sonríes y le
dices: «Cariño, es tan maravilloso que estés aquí y con vida. Me hace muy
feliz».
El ser consciente hace que tú y la otra persona seáis felices y libres.
Aunque ella esté atrapada en sus preocupaciones, su ira y su olvido, con tu
plena conciencia puedes salvarla a ella y a ti mismo. La plena conciencia es la
energía del Buda, la energía de la Iluminación. El Buda está presente siempre
que seas consciente, y os está abrazando a los dos con sus amorosos brazos.
Tich Nhat Hanh